Cordura
Locura o cordura. En este artículo Moisés nos acerca a una reflexión sobre la importancia de la salud mental en esta época tan convulsa que nos esta tocando vivir.
En estos días, en los que está tan en tela de juicio aquello que denominan salud mental, me pregunto a menudo cuánta gente se ha detenido, siquiera un instante, para mirar a su alrededor y reflexionar. A la vista del mundo que nos rodea, imagino que serán más bien pocos.
Supongo que esta trituradora –como suelo llamar desde hace tiempo a la sociedad humana– nos tiene bien adoctrinados desde pequeñitos, expandiendo el virus de su necesaria cordura a cada inquilino humano del planeta desde su nacimiento.
Invito a reflexionar, no obstante, a todo aquel que lea estas líneas. De otra forma, podemos seguir creyendo en el engaño de que lo que separa a los cuerdos de los locos es la pared de un sanatorio o, lo que no sé si es peor, de que estamos en el lado correcto de esa pared.
El Diccionario de la lengua española, en una de sus acepciones, define la cordura como prudencia, sensatez, buen juicio; y, consecuentemente, al cuerdo como a aquel que está en su juicio o que es prudente, que reflexiona antes de determinar.
Por su parte, define la locura, en su primera acepción, como privación del juicio o del uso de la razón; y al loco como a aquel que ha perdido la razón o de poco juicio, disparatado e imprudente.
Sinceramente, que Dios y la Real Academia Española me perdonen, pero creo que hemos perdido el norte. Y no hablo de una pequeña desviación, no; hablo de una completa equivocación.
Desde pequeños se nos insta a medrar; a que obtengamos las mejores notas, los mayores reconocimientos, el mejor trabajo, la mejor pareja… ¿Y para qué? Obvio –dirían–, para alcanzar los hitos vitales marcados por la sociedad y construir un mundo mejor.
Así, el cuerdo, desde pequeñito, se esfuerza para ser el orgullo de la sociedad; estudia y trabaja, suda y sangra, para conseguir la vida soñada, con su trabajo soñado, su pareja soñada, su casa soñada, sus hijos soñados, sus coches soñados… Y así terminas, si tienes éxito, viviendo en tu casa de las afueras, con tu esposa o esposo, tus tres hijos, tus dos perros, tu caballo, tus cinco coches, tus cinco motos, tus cinco televisiones… ¿Y si no tienes éxito? Pues, como al que se cae del caballo mientras galopa y se queda enganchado del estribo, te tritura el camino.
Invito a reflexionar. De otra forma, podemos seguir creyendo en el engaño de que lo que separa a los cuerdos de los locos es la pared de un sanatorio o, lo que no sé si es peor, de que estamos en el lado correcto de esa pared.
Ni siquiera voy a entrar a discutir aquello de hubieras estudiado que prontamente, seguro, más de uno espetaría a estos últimos infelices. No. Lo que sí voy a hacer es preguntar a los triunfadores, a los que guiados por esta cordura alcanzan las metas debidas, qué mundo mejor han creado. ¿De verdad es mejor el mundo ahora? ¿De verdad puede alguien creer haber ayudado a construir algo digno con semejante guía?
No es la respuesta. Y no es mi respuesta, sino la respuesta. Que se engañe quien quiera, pero esta cordura enajenada no conduce hacia ningún sitio bueno. Mirad a vuestro alrededor. Parad un segundo y observad. En un mundo en paz, engendramos guerra; en un mundo en equilibrio, engendramos desequilibrio; en un mundo creador, engendramos destrucción y ruina…
No es casualidad, por tanto, esta epidemia de enfermedades mentales que, más allá de la pandemia, nos asola. Nuestro yo necesita escapar de este mundo mediocre, egoísta y necio, de este mundo malsano, porque, a diferencia de nosotros, él ve a través del trampantojo. Y es en ese momento, cuando las cadenas de nuestra presunta cordura se lo impiden, que se revuelve y desata la locura.
Para aquellos que, ante estas palabras, se lleven las manos a la cabeza diré que, por supuesto, todo tiene fallos, incluidos nuestros mecanismos de defensa. Pero, para la mayoría de personas, éste no es el caso. Nuestro yo, al igual que sus defensas, no suele fallar, pues le va la vida en ello.
No hace mucho, alguien situado al otro lado de la pared de un sanatorio me dijo que no veíamos lo que en realidad era el consumismo: un monstruo vacío que nos devora. «Quizá estábamos en el lado equivocado de la pared», me dije a mí mismo tras unos segundos, «porque tenía razón». A fin de cuentas, cuando cualquiera de nosotros paga por algo, en última instancia, lo hace con su propio tiempo de vida.
Necesitamos cambiar el rumbo… Y, para ello, más que tratar nuestra locura, debemos tratar nuestra cordura. Porque si precisamente fracasamos en este empeño, lo único que será capaz de recordarnos lo que en verdad significa estar cuerdo será ella: la locura.
Más que tratar nuestra locura, debemos tratar nuestra cordura. Porque si precisamente fracasamos en este empeño, lo único que será capaz de recordarnos lo que en verdad significa estar cuerdo será ella: la locura.
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